Si hay algo en lo que San José no tiene fortuna es en la elección de sus dirigentes y el manejo de sus recursos económicos, algo que se vio con más énfasis en la última década que puso al cuadro orureño en una debacle sin precedentes, a punto de hacerlo desaparecer del mapa, si bien la actual directiva trata de hacer lo posible para estabilizar al club, no es suficiente para reanimar a una institución que está en “terapia intensiva”.
A lo largo de su historia, San José se muestra como una institución que tuvo sus altas y sus bajas, diferentes factores ha propiciado este fenómeno, el tema económico, las situaciones sociales y propias de los mineros, la relocalización, entre otras. Pero en los últimos 20 años estas crisis se han generado principalmente por malas administraciones que han despilfarrado los recursos generados por una de las entidades con más seguidores, incluso se vio otro efecto, como el de la malversación de recursos y las supuestas inversiones personales, que en realidad solo se tratan de préstamos con interés, nefastos para el club.
La última década fue una de las más catastróficas para la institución porque en todo este tiempo el “remedio fue peor que la enfermedad”, problemas que no se fueron subsanando en su debido momento formaron una “bola de nieve” que estalló entre el 2018 y 2019 donde las deudas se multiplicaron y ahora San José se ve sumido en una serie de problemas económicos que parecen no tener fin.
La obtención del cuarto título nacional en el 2018 tuvo un alto precio que sobrepasa el monto recibido de 3 millones de dólares, dineros que nunca llegaron en su totalidad porque ya estaban comprometidos para otras cosas, un premio a jugadores y cuerpo técnico exagerado que supera el millón de dólares, deudas pendientes con un plantel que tenía cuatro meses abajo en el sueldo, el sonado caso Maclauren donde se habla de la otorgación de más de medio millón de dólares a la familia Téllez de forma irregular, además de otras deudas con exjugadores que nunca fueron subsanadas y un saldo de dineros que no se sabe dónde fueron a parar, son parte del alto costo que significó obtener ese título.
Desde la época del mandato de personas como Walter Mamani, Freddy Fernández y luego la debacle institucional con una seguidilla de presidentes como Arturo Murillo, Iván Ramos, Wilfredo Ortuño, Edwin Zeballos; hasta llegar a Wilson Martínez las cosas empeoraron.
A la salida de Martínez, los socios a la cabeza de Luis Cossío, proclamaron a un tal Carlos García, que no duró ni 72 horas en el cargo, dejando al club en el interinato de Carlos Estrada y una entidad manejada por los jugadores que tampoco fue la solución, y por el contrario también dejó huellas de manejos irregulares.
En el 2020 parecía volver la normalidad con la elección de Luigi Flores, pero la receta de que “el antídoto fue peor que la enfermedad” nuevamente se puso de manifiesto, Flores renunció y entró en su lugar Huáscar Antezana que dejó a la institución al borde de la desaparición por todos los casos arrastrados desde gestiones pasadas y con el problema del Covid encima todo se puso peor.
Este año nuevamente las malas decisiones de los socios propiciaron otro cambio dirigencial en San José, primero apoyando a David Rivero que no duró ni un mes en el cargo, y luego colocando a Patricia Flores y Marcelo Soruco como los dirigentes encargados de salvar a la institución, frase que ya parece trillada porque varios “salvadores” aparecieron, pero nadie puso lo que realmente se necesita para sacar a San José de la crisis.
Actualmente, la familia Soruco se hace cargo del club, pero el panorama no cambió casi en nada, las deudas siguen vigentes y el club se encuentra sin habilitar jugadores y al acecho de prestatarios y acreedores, solo nos queda darle el margen de la duda a la actual presidente del club en ese afán de salir de esta crisis y volver a las épocas de gloria.
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